Espejo para invierno

noviembre 9, 2012

El Pesanervios, hoy, intenta de nuevo ponerse en contacto consigo mismo. Tarea ardua, que requiere de una mindfullness desmedida. Encontrar a ese que fue en algún momento y vomitarlo, y así hacer de él un protagonista en un corto que nadie verá.

Lo intenta.

Lleva tiempo haciéndolo. Intenta leer, para intentar reflejarse en las palabras de otros y verse levemente la cara. O haciendo ejercicio, corriendo, a travesando caminos de tierra y perdiéndose en ellos, aguantando su peso en el suelo o lanzando un balón hacia un aro mil veces. Cualquier movimiento es bueno si puede extraer el cuchillo que tengo clavado. O pensando entre la música astral de Hawkwind.

Pero, El Pesanervios, se choca una y otra vez con el mundo físico. Un mundo bello, como una canica brillante recubierta de kilómetros de mierda. Hace unos meses le echaron del trabajo como a un perro (aunque hay caniches a los que, verdaderamente, se trata mejor). Le enseñaron una carta y le dieron una patada en el culo. A él y a sus compañeros. Gracias a la maravillosa colaboración de una denominada reforma laboral de ese que se va haciendo llamar presidente de gobierno de éste país podrido.

Nunca pensó El Pesanervios que pudiera ser herido de tal forma por la política. Nunca pensó que su filo pudiera alcanzarle tan profundamente y desde tan lejos.

Y ahora se encuentra mirando el panorama apocalíptico, el exterminio del pobre por el rico. La tercera guerra mundial, esta vez silenciosa. No hace falta usar armamento pesado para que el rico se siente encima de los cadáveres de sus vecinos a mirar las puestas de sol. No. Lobbys, banqueros y políticos sólo necesitan incitar al suicidio, empujar hacia la desesperación.

Y El Pesanervios, invisible, camina entre la bruma de una nada sólida, con las uñas afiladas y los dientes rechinantes. Espera no encontrarse nunca con el causante de dicha ruina.